jueves, 17 de diciembre de 2015

Sobre la confianza (recíproca)

El título que encabeza esta entrada no deja espacio a la intriga. Usted, sin duda un lector avispado (nótese el masculino gramatical como uso no sexista de la lengua), ya habrá intuido el contenido de las siguientes líneas. Probablemente palabras como “honor”, “lealtad” y “entereza” no hayan tardado en aparecer en sus pensamientos. De ser así, le interesará saber que no va del todo desencaminado. Sin embargo, no tengo pretensión alguna de adentrarme en la relativa y siempre discutible importancia de los valores. Esto se trata de una invitación.

Sí, calificar a un texto de tono ensayístico y/o reflexivo como “invitación” da la impresión de que tal denominación no es más que un pobre intento de buscar originalidad. Proseguir con la lectura bastará para comprender cuán oportuno es su uso en este contexto. Menuda digresión. ¿Por dónde iba? Ah, eso de la confianza recíproca. Responder a la confianza (entendida como la fe que uno tiene en el prójimo) con confianza. Si tú confías en mí, yo confío en tí. Si tú confías en mí, te daré razones para que sigas haciéndolo, o no te daré razones para que dejes de hacerlo. Tal como comentaba en una entrada anterior, tengo la ingenua creencia de que el fomento de la confianza ayuda a construir una sociedad mejor. En base a esto, que ésta clase de fe sea recíproca deviene un factor imprescindible. Traicionando la confianza de alguien estamos enseñándole a ampararse en el recelo. ¡Estamos transformándole en desconfiado! Con cada falta de esta índole el colectivo humano da un paso atrás.

Como decía, esto se trata de una invitación. Una invitación a que cada vez que juremos o prometamos algo instauremos un vínculo, sólo quebrantable con el cumplimiento de nuestra palabra. Una invitación a dar razones para ser depositario de la confianza del prójimo. Una invitación a anteponer la confianza a nuestros intereses

Si aceptamos la petición de alguien que nos pide vigilar su bicicleta por un momento, no huyamos con ella.

Si prometemos llegar a casa a cierta hora, sólo un evento de fuerza mayor debería impedirlo.

Si decimos que haremos algo, hagámoslo.

Nada que ver con hacer el bien o el mal. Nada que ver con ser mejores o peores personas. Es relativo a ese momento en que consciente o inconscientemente echamos a la confianza de nuestras vidas. Dejamos de valorarla. La asesinamos. Es en ese preciso instante en que dejamos de ser humanos. Abandonamos la humanidad para convertirnos en simples seres vivos aferrados a la supervivencia.

No negaré el aire pesimista que acompaña este escrito. Y debo reconocer que soy algo duro con la conclusión. ¡Perder la humanidad! Menudo atrevimiento, ¿no? Sin ánimo de retractarme, acepto introducir una puntualización: la pérdida de valor (individual) de la confianza es gradual. No nos convertidos en animales en un instante, nos convertimos en animales en el instante en que el valor que le otorgamos es nulo.

0 comentarios:

Publicar un comentario