lunes, 18 de enero de 2016

Alberto

Alberto es un chico alegre, simpático y bonachón. A Alberto le gusta conocer gente y hacer amigos. Nunca hace lo que no le gusta que le hagan. Repudia todo tipo de conflicto. Alberto, un buen chaval. Un buen chaval en la edad de ir al colegio. Alberto es sociable. También es gracioso, a su manera. Pobre, pobre Alberto. No entiende nada. Parece que se ha ganado la displicencia de sus nuevos compañeros de clase. Alberto es un joven avispado. Horrorizado, descubre con estupefacción que cuando se ríen con él, no se ríen con él. ¡Resulta que se ríen de él! Alberto es un chico alegre, simpático, bonachón, sociable y gracioso, a su manera. Ahora también es un objeto de burla. Ahora también es un estorbo. Ahora también esto, eso y lo otro.

Se levanta, se viste y va al colegio. Cada segundo que transcurre en las aulas es una carga de angustia. Cada minuto, un pesar. Cada hora, una tortura. Adopta una nueva forma de vida. La soledad. Trata de ignorar al resto. Alberto lamenta no poder hacer que los demás desaparezcan. Y es que a veces con ignorar no basta. ¿Por qué todo el mundo es tan listo, y él tan estúpido, tan tonto? Alberto quiere ser como los demás. Quiere ser cualquiera, menos él. ¿Por qué tuvo que salir tan rematadamente feo? Y, ¡madre mía!, ¿acaso existe alguien más aburrido, más insulso, que él mismo? ¡Si ni siquiera es capaz de mantener una conversación por más de cinco minutos! Alberto es la inutilidad en persona.

Se hace tarde. Regresa a casa. Hogar, dulce hogar. Ahora está a resguardo del colegio. Sueña con correr a los brazos de su padre, romper a llorar y contarle todas sus desventuras. Sueña con mirar a los reconfortantes ojos de su madre y preguntarle ¿por qué? Pobre, pobre Alberto. Sueña demasiado. Su padre quiere lo mejor para él y su familia. Por ello, entre gritos, le obliga a estudiar tres horas al día. Sólo está en la etapa escolar, pero ¡hay que pensar en el futuro! ¿Y qué es la vida, sino el futuro? Al menos así piensa su varonil progenitor, que entre sus preocupaciones no se lee el bienestar psicológico de su hijo mayor. Alberto es un chico cerrado. No es fácil ganarse su confianza. Su padre ni lo intenta, ni lo logra. Aún menos su madre, cuya existencia se reduce a quejarse del trabajo y pelearse con su marido. Alberto sabe que sus padres no se quieren. Solía hacer la vista gorda. Ahora ya le da igual. Su familia le ha abandonado.

Va al colegio. Soledad. Regresa a casa. Soledad. Resentimiento, tristeza, complejos a raudales y dolor, mucho dolor. Alberto era un chico alegre, simpático, bonachón, sociable y gracioso, a su manera. Pero Alberto ya no es Alberto. Ahora es un manojo de fatalidades y desdichas. Desamparado. No existe lugar en el mundo en el que esté a salvo. Su casa, una pesadilla; el colegio, un suplicio. No existe persona en el mundo en quién confíe. Ni siquiera en él mismo.

Gris. Todo es gris. Monótono. Vacuo.

Cómo. Cómo encontrar el sentido a tal infructuosa existencia.

Alberto está cansado. Muy cansado. Lleva una carga que se niega a dejar de aumentar. Su fortaleza no da para más. Sus fuerzas han mermado. 

Alberto está en casa, solo. A Alberto le gusta soñar. Normalmente sus sueños no se hacen realidad, pero esta vez será diferente. Esta vez ha decidido que quiere volar. 

La puerta está abierta. Un frío corriente de aire se filtra en el interior del piso, y con violencia acaricia su cara. Es una invitación. Da un paso. Otro más. Quizás un par más. Tiene que hacer un pequeño impulso. Sólo le queda un paso.

Sólo un paso.

A Alberto le gusta soñar.

Y sueña.

Negro. Todo es negro.

Y vuela.

Hasta que descubre que no tiene alas.


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