jueves, 7 de enero de 2016

Sobre la tolerancia

No se preocupe, esto no viene a ser uno de esos infantiles sermones en los que se dicta la indudable importancia de la tolerancia hacia al prójimo. Tampoco voy a engañarle, el tema es parecido. Pero mi misiva se acercaría más bien a la explicación de la mentada importancia. A el porqué de la tolerancia. Como siempre, resulta adecuado limitar la ambigüedad del término en cuestión. Entender tolerancia como resistir, soportar o llevar con paciencia una situación determinada (RAE) facilitará la comprensión del contenido presente en las siguientes líneas. Por lo tanto, es referente a su consideración como cualidad intrínseca, no como valor repercutible en el prójimo.

Enfocaré el repetido término en un ámbito particular: las discusiones. Esa clase de diálogo que surge de la oposición de ideas entre dos o más sujetos. En el plano teórico se espera que las partes argumenten ordenadamente sus razones a favor o en contra de determinadas creencias. Bien es sabido que la realidad se aleja de tal ideal, hasta el punto que hay quién confundiría discusión con pelea. En numerosas ocasiones el ímpetu, la convicción y la expresividad tienen más peso que el mismo juicio objetivo. Un momento, ¿qué tiene que ver la tolerancia con todo esto? Como suele ocurrir, las apariencias engañan. No viene de más decir que la tolerancia a las opiniones ajenas es un factor clave para optimizar el adecuado desarrollo de una discusión, pero por ahí no van los tiros. Me estoy enrollando más de lo que pretendía, así que iré al grano. El vínculo de la tolerancia con este contexto, o más bien uno de los vínculos, es la importancia de no dejarse llevar por la idiotez. Me explico. No es muy difícil llegar a conocer, en algún o algunos momentos de la vida, a ese clásico individuo de mente cerrada. Aquél que tiene sus propias certezas y opiniones, ¡y pobre del que lo contradiga! No vale la pena  tratar de argumentar con alguien así. El ignorante que no conoce su propia ignorancia. El idiota.

Imagine o recuerde una disputa dialéctica con un idiota. ¿Ha ido alguna vez en bicicleta estática? Puede que vislumbre una similitud. Discutir con un idiota es como ir en bicicleta estática. Requiere esfuerzo e imbuye cansancio, pero no lleva a ninguna parte. Me veo en la obligación de puntualizar que esta analogía no es de mi autoría. Dicho esto, el resultado de una discusión con tal sujeto se hace bastante obvio. O el idiota tiene la razón, o el idiota tiene la razón. Hay dos modos de proceder ante esta situación: tratar de convencerle de que no está en lo cierto o, simplemente, desistir. ¿Trataría usted de convencer a una piedra? Entonces la opción más eficaz y eficiente es la segunda. Lamentablemente, es muy fácil decantarse por la primera. Es frustrante tener que dar la razón a alguien que no la tiene, ¿verdad? Sin embargo, insistiendo en convencerle también se le está dando un tiempo que no merece. Saber abandonar una discusión cuando toca es un reflejo de madurez.

La relevancia de la tolerancia. Tener paciencia, ser frío y retirarse cuando toca. Contestando a un idiota se está rebajando a su nivel. No cometa un error: lo pagará con tiempo y enojo. 

0 comentarios:

Publicar un comentario